Zunilda Borsani
Escritora y Artista Plástica

El viejo de los relojes


El viejo de los relojes

En la clase de Geografía, Jimena los tenía a todos fascinados con sus cuentos. Parecían totalmente inciertos, pero los contaba con tanta veracidad que hasta la maestra estaba sorprendida. Un día, a la hora del recreo, Camilo, Fausto, Andrea y Beatriz resolvieron pedirle que los invitara a la estancia de sus abuelos, esa de la que tanto hablaba. Quedaba en una ciudad del interior donde ella había nacido y, según contaba, existían varios misterios y también un secreto que guardaba celosamente. Jimena aceptó muy complacida, aunque antes debía conversar con sus padres para concretar la visita a la vieja casona de la estancia. También los chicos debían pedir los permisos necesarios para realizar dicho paseo. Todos los padres estuvieron de acuerdo pues les pareció una magnífica idea que fueran a la estancia a disfrutar un día entero de campo sin computadora, ni Play Station, ni Tablet, solo el aire puro de la naturaleza. Uno de los padres sería el encargado de llevarlos hasta la terminal de buses. Esta vez le tocó al padre de Fausto, quien acordó con la familia de Jimena que los recibieran al llegar.

-La estancia estaba apenas a cien kilómetros de la capital. En la casa de cada uno había mucha ansiedad: se levantaron bien temprano para preparar sus mochilas y viajar lo antes posible para aprovechar todo el día. Estaban deseosos de llegar y conocer el desayuno en la estancia donde, según Jimena, su abuela era una diosa preparando los exquisitos panes de diferentes formas, cocinados por ella en el horno de barro. Siempre comentaba que los desayunos de campo eran los mejores. El padre de Fausto recogió a los tres amigos y juntos marcharon hasta la terminal de buses.

El viejo de los relojes, como lo llamaban en el barrio, vivía en una casa vetusta, desprolija y con aroma añejo. Desde afuera se podía observar una torrecita con techo de tejas roídas por el tiempo. Todo hacía pensar que en esa casa nadie vivía. Por allí nunca se detenían ni el panadero, ni el lechero y ni siquiera algún funcionaro de los servicios públicos a cobrar facturas vencidas.

A la entrada tenía rejas herrumbradas, rotas y con escasos restos de pintura. Un pasto seco y abundante casi tapaba la entrada. Parecía una casa de fantasmas, deslucida y tétrica. Sin embargo, para Felipe y Santiago, los hermanos más curiosos e inquietos del barrio, tenía algo especial: ese abandono les hacía pensar que guardaba un misterio que pretendían descubrir. También querían conocer quién la habitaba, si es que alguien podía vivir en aquella horrorosa y descuidada casa vieja.

Corría el mes de diciembre y la gente se preparaba para la fiesta de Navidad que llegaría en apenas dos semanas. En esos días las personas salen de compras, se reúnen y se preparan para comer un montón de cosas y beber en abundancia, como para saciar las dietas voluntarias y también aquellas que por razones económicas son obligatorias.

Felipe era un chico insaciable, movedizo, capaz de escalar el monte más alto para conseguir o averiguar aquello que le interesara. Era el mayor del grupo de amigos del barrio. Siempre tenía las iniciativas: se disponía a hacer esto o aquello y bastaba con decirle a su hermano Santiago para que junto a él lo realizaran de inmediato. Ni siquiera lo pensaba, para Santiago, Felipe era un sabelotodo, un superhéroe, un campeón y le encantaba parecérsele.

Esto ha sido una pequeña muestra del libro, si deseas obtener el mismo comunícate con la autora haciendo clic aquí.


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